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JUAN DOFFO . Pinturas y fotografías
Inauguración . Martes 06 de octubre de 2009 . 20:00
Duración de la muestra . Hasta el día domingo 08 de noviembre de 2009

El sábado 11 de julio el reconocido artista nacional Juan Doffo estuvo trabajando en el MUMA en la preparación de su primera muestra en el Museo de JunÍn.

JUAN DOFFO

Nació en 1948 en Mechita, pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires. Egresó de la Escuela Nacional de Artes Visuales Prilidiano Pueyrredón. Su obra artística incluye pinturas, fotografías e instalaciones.

Premios (selección): 2008: Gran Premio Fundación María Calderón de la Barca. 2008: Primer Premio Salón Nacional de Pintura. 2004: Mejor producción fotográfica, Premio de la Asoc. Argentina de Críticos de Arte. 2000: Gran Premio, Bienal de Salta; Tercer Premio, 1ra. Bienal de Pintura de Córdoba. 1999: Mención, Premio Banco Provincia. 1996: Primera Mención, Premio Revista A&A.1995: Primera Mención, Bienal Chandon.1993: Segundo Premio, Salón Nacional; Segundo Premio, Salón Nac. de Santa Fé.1988: Primer Premio, Salón Municipal M. Belgrano; 1986: Mención, Bienal de Miami, U.S.A.; Mención, Premio Fortabat.1983: Primer Premio, Premio Asociación Amigos Museo de Arte Moderno.1980: Primer Premio, Premio Banco del Acuerdo.1979: Primera Mención, Premio Braque.1978.

Obras en Museos (selección): Bronx Museum of the Arts, New York. University of Essex Latin American Art Collection, Inglaterra; Galería de las Américas, La Habana; Museo Nacional de Bellas Artes; Museo de Arte Moderno; Museo Eduardo Sívori. Museo Castagnino de Rosario. Museo Nacional de Bellas Artes de Neuquén; Museo Genaro Perez de Córdoba; Museo de Bellas Artes de Salta.

Exposiciones individuales (selección): 2009: Galería Rubbers. 2007: Galería Rubbers. 2006: Boltax Gallery, Shelter Island, New York, USA. 2006: Museo Nacional de Bellas Artes, Neuquen. Photo Buenos Aires, Palais de Glace. 2006: Galería Via Margutta, Córdoba. 2006: Galería Altera, Pinamar. 2005: Arteba, Debbie Frydman Art Dealer. 2005: Hamptons Art-Scope Fair, New York. 2004: Representante argentino en la Bienal Internacional de Arte de Cuenca, Ecuador. 2003: Galerie Jôrg Stummer, Zürich, Suiza. 2003: "Extraña substancia", Centro Cultural Recoleta, fotoperformances. 2003: Arteba, fotografías y pinturas, Debbie Frydman Art Dealer. 2002: Museo Genaro Perez, Córdoba. 2000: Museo de Arte Moderno de Mendoza; Galería Van Eyck; 1998:Palais de Glace (retrospectiva); Centro Cultural Virla, Tucumán; 1993: Galería Soudán.1989: Galería Vermeer; 1986: Fundación San Telmo.1984: Galería Julia Lublin.1982: Galería Jacques Martinez.1981: Galería Studio Evergreen, Amsterdam, Holanda.1980: Galería Praxis.1979: Galería Witcomb.

Muestra . PINTURAS Y FOTOGRAFÍAS

Pinturas y fotografías que reflexionan sobre el sentido de lo real, de la ilusión, de lo universal y lo regional, de las utopías del hombre, son parte de las imágenes que Juan Doffo ha desarrollado en su reconocida carrera artística.

El paisaje en su obra no es una mera manifestación natural geográfica sino extensión psíquica donde va construyendo conceptos que pretenden saltar a otros territorios. Lugar de transformación y materialización de su obra, allí se habla del camino como destino, de lo macro y lo microcósmico, de las certezas de los afectos y de lo dantesco de lo inconmensurable.

En sus pinturas Doffo construye, desde las propias vivencias, los símbolos que conforman su universo: el fuego, el horizonte infinito, la lectura laberíntica de los cielos estrellados, conceptos sobre el sentido de lo real. Son algunas de las ideas de Doffo que actúan como construcciones envolventes del pensamiento y la cultura: cuestiones topológicas que desconociendo los límites de la materia y la física acompañan la versatilidad de su pensamiento.

Las fotoperformances que se exhibirán son parte del trabajo de los últimos años llevados a cabo por el artista en su pueblo natal dentro de la llanura pampeana bonaerense, interviniendo el paisaje con la asistencia y participación de la gente del lugar a la que se suma la carga simbólica de esa extraña sustancia que es el fuego. Las tomas directas efectuadas con cámaras analógicas de formato medio han documentado estas acciones y el resultado, también impreso analógicamente, es lo que el artista exhibirá.

Esta realidad construida, muy cercana a las producciones cinematográficas, convierte a ese espacio elegido en un territorio ritual donde se habla de lo psicológico, la vida, la muerte, la trascendencia.

JUAN DOFFO

Cosmologías de la llanura
Por Adriana Laurenzi

En los paisajes cosmológicos y místicos de Juan Doffo el espacio es protagonista. Desde tiempos inmemoriales, al hombre lo desveló definir tiempo y espacio. Las características de estas categorías fundamentales de la condición humana, son la fugacidad, la indeterminación y la invisibilidad. Sin embargo, los espacios de Doffo no provocan angustia ni desconcierto, nos sumergen en la calma de lo inconmensurable, en un ritmo pausado, en el silencio.

Desde su aparición en el medio plástico en los años setenta, la búsqueda plástica de Doffo está orientada a temas centrales que se dan como antinomias: naturaleza y cultura, lo macro y lo micro, ficción y realidad, centro y periferia, interioridad y exterioridad, figuración y abstracción, luz y oscuridad.

Sus imágenes admiten múltiples lecturas que van desde la literalidad figurativa, hasta las referencias de la historia del arte y la mística.

Veamos en el análisis de una pintura y una fotografía, una primera aproximación para luego ser completada por cada lector:

El latido del fuego, 2006, acrílico sobre tela, 150 x 250 cm.

Es la visión de un universo circular y concéntrico que se despliega en la tela apaisada. Nos es familiar en tanto remite a conceptos espaciales conocidos, como la forma en que la física grafica las formas de las órbitas planetarias; pero es inédita y única a la vez, ya que no responde a ningún esquema científico, ni a precedentes iconográficos en el arte. Su belleza reside en la sencillez de la estructura, en la transparencia y sobriedad espacial formada por una retícula lumínica de trama cuadrangular cuya totalidad describe un anillo elíptico. Es la visión de un infinito geométrico suspendido en un vacío, atravesado por gran halo de luz que se expande más allá del campo visual, marcado por el límite de la tela. De esta casi intangible estructura geométrica irradian desde distintos sectores delgadísimos filamentos de luz que se unen en un punto central. En la retícula, aparecen pequeñas fuentes luminosas, brillando dispersas y regularmente ubicadas en la trama. La geometría que define este espacio es como la naturaleza semiótica del lenguaje, un código con el cual el hombre ordena la experiencia y el conocimiento, imágenes que van conformando un imaginario social y cultural.

En otras obras Doffo recrea y hace propia la forma del universo que los romanos materializaron en la inmensa cúpula del Panteón de Agripa, construyendo una bóveda celeste sobre la vista aérea de una moderna autopista. La cultura occidental fue sedimentando, a lo largo de siglos, conceptos espaciales para comprender el universo. Pero además de la historia y la cultura una razón más profunda y vital le permite al artista materializar su personal cosmovisión.

Juan Doffo nació y vivió hasta la juventud en la llanura pampeana bonaerense, una geografía inexistente en la vieja Europa, una topología dominada por la línea del horizonte. La pampa es un inmenso espacio vacío donde se juntan punto a punto, el cielo con la tierra. Un espacio habitado por la luz de una atmósfera que se tiñe de rosados y azules violáceos al amanecer y se incendia en amarillos rojizos al atardecer. Frente a su extensión, el hombre se hace pequeño, desaparece, como en el espacio de esta pintura. La presencia humana está cifrada en los simbólicos "fueguitos".

Doffo construye una cosmovisión propia, deudora de la cultura occidental, pero fundamentalmente por el espacio de Mechita, pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires al cual llegó su padre desde Italia para arraigarse.

Aura II, 2005, fotografía, 122 x 150 cm.

Doffo se define como "místico-ateo" y en el pensamiento Zen encontró, a través de la metáfora, respuestas a las preguntas por el sentido de la vida. Por eso la presencia del fuego, motivo recurrente en sus trabajos, es símbolo de la vida, de la energía y del movimiento. En La cámara lúcida Roland Barthes, habla de "la fatalidad del referente", ya que no hay foto sin algo o alguien a quien retratar, porque la foto es siempre invisible, no es ella a quien vemos, sino al objeto o a la persona fotografiada.

Doffo realiza obras en fotografía con toma directa, impresas analógicamente, es decir, sin retoques de edición, con las que recrea un  clima muy cercano al de sus telas.

¿Cómo es posible tal continuidad entre las imágenes cósmicas de los acrílicos, fuera de toda experiencia posible, con la impresión fotográfica de un concreto y real árbol? La continuidad visual entre fotografía y pintura, nos hace pensar en el frágil límite que separa realidad de ficción. En esta obra, un árbol de su pueblo, solitario y perdido en la inmensidad del campo en invierno, está coronado por  un aura nimbo de luz. El anillo de fuego es la energía que desprende el árbol, sólo es visible a los ojos de quien lo quiere ver. Donde algunos sólo ven chatura y vacío, una nada, Doffo descubre la belleza de lo simple, la armonía de la copa del árbol con la horizontalidad de la tierra en el atardecer. Al respecto dice: "Siento afinidad con el pensamiento de Andrés Serrano que se define como un pintor que pinta con la cámara fotográfica y que retratando la marginalidad o la muerte encuentra sin embargo la belleza, como antes la encontraron maestros como Rembrandt, aún en la miseria y el desamparo social".

El arte no está sólo en la técnica, ni en el dominio de un medio plástico, está en la mirada que construye sentidos.

Doffo indaga en diferentes soportes y técnicas, sin abandonar la pintura-pintura, realizando instalaciones, videos, intervenciones en el paisaje con objetos, fuego o personas, y que luego son registrados en fotografías o films. Las mismas visiones fantásticas de la inmensidad del espacio aéreo que vemos en las telas, las logra con la toma fotográfica desde un avión sobrevolando Mechita, iluminando el campo con mojones de fuego o quemando una vieja puerta sobre un plano de agua en un cerrado anochecer, coincidiendo su luminosidad con la del acrílico,.

Su inquieta búsqueda intelectual lo acerca a referentes tales como Ana Mendieta cuyo land art  persiguió la fusión del hombre con la naturaleza, al videoarte de Bill Viola y su auto-referencialidad temática como la que emprende Doffo al filmar en el cementerio de Mechita, en la tumba de sus padres actos rituales que evocan la vida, la muerte, la memoria y el recuerdo como trascendencia.

Arquitectura de lo fugaz, Los cuatro cielos del hombre, Río infinito...las imágenes de Doffo son modelos siempre distintos que giran una y otra vez sobre el mismo tema, para reafirmar los modos en que el espacio, el tiempo, la energía y el movimiento, en su eterno retorno, conforman visiones que nos aproximan al misterio. Imágenes que recuerdan aquello que decía Schiller, "donde termina la razón empieza el arte".

Las formas de la visión   

Texto completo de la nota que Horacio Zabala escribió en la Revista Arte al Día de Octubre sobre la muestra de Juan Doffo en Galería Rubbers (septiembre/octubre de 2007))

La contemplación de las obras recientes de Juan Doffo me causan inquietud y placer, pero ignoroel porqué. Durante y después de la contemplación, la búsqueda del porqué también me resulta inquietante y placentera a la vez. Este es el punto de partida de la siguiente interpretación.

Vivimos en la sociedad del espectáculo permanente e integrado. Miremos donde miremos, encontramos, elegimos, producimos, reproducimos, manipulamos y consumimos imágenes fijas y en movimiento. Están ahí durante las 24 horas del día: se difunden y circulan, se renuevan y perfeccionan repetidamente, una y otra vez. Están ahí, nos esperan en los inmensos paneles publicitarios, en la televisión, en el cine, en Internet, en los kioscos de cualquier ciudad, en cualquier viaje, en cualquier rincón. Ellas afectan, cada vez más, nuestra manera de ver, sentir y pensar las cosas del mundo.

Hay un cierto momento, en la modernidad, en el cual la obra de arte deja de ser leída y comienza a ser mirada. Un nuevo acontecimiento transforma su esencia: la irrupción de la tecnología de reproducción. Walter Banjamin es el primero, en 1936, que analiza el proceso por el cual la contemplación (en el recogimiento) ante la obra de arte se sustituye por la recepción (en la distracción) ante la imagen. En síntesis, el proceso por el cual el valor cultural, el carácter único y trascendente de la obra cede de frente a su valor expositivo. La obra, infinitamente reproducida, se convierte en una imagen sin "aura": es pura visibilidad y quien la mira es el sujeto colectivo que tiende al anonimato.

La reproductibilidad técnica es el antecedente inmediato de la civilización de la imagen en la cual vivimos (desviación obviamente impensada por Benjamin). Pero así como no todas nuestras experiencias con la realidad están mediatizadas, no toda las producciones artísticas contemporáneas están sometidas al mero flujo de las imágenes de nuestra sociedad del espectáculo.

Las pinturas de Juan Doffo no provienen de este flujo reiterativo y cotidiano, no se vinculan con las imágenes violentas y frívolas o con las informaciones y cálculos que saturan nuestro entorno. Provienen, en cambio, de experiencias existenciales, de concepciones e intuiciones significativas a propósito del tiempo y la impermanencia; están empapadas de nuestra condición efímera, de nuestro aquí y ahora. Ante sus obras siento la resonancia de una antigua hipótesis: uno de los múltiples sentidos del arte es dar forma a una visión del mundo. Entiendo que podemos aplicar y ahondar esta idea en relación al procedimiento creativo-constructivo que entrañan sus pinturas: en ellas hay un vaivén de "encuentros y desencuentros" o de "convergencias y divergencias" diferente carácter, que escribo a continuación:

Aproximación y alejamiento del paisaje inmediato y de la bóveda celeste.

Reiteración de realismos ilusionistas y abstracciones gestuales.

Reunión y separación de perspectivas lineales y planos monocromos.

Congregación y dispersión de árboles frondosos y arquitecturas bajas.

Lucha y reconciliación entre la noche y la luz, oscuridad y el incendio.

Apertura y clausura de horizontes y líneas de fuga.

Instauración y abolición de puntos precisos y superficies insondables.

Revocación y aprobación del centro (lo urbano) y de la periferia (lo rural).

Delimitación y fragmentación de la monumentalidad y la insignificancia.

Expansión y reducción de retículas ortogonales sobre la persistencia del caos.

Descubrimiento y ocultamiento el entorno físico y el metafísico. 

Emplazamiento y desplazamiento de menhires puros y nubarrones rojos.

Erradicación y fundación de rutas rectas y obstáculos curvos.

Enturbiamiento y encendido de leyendas remotas y reflejos artificiales.

Desmoronamiento y edificación de escenarios exteriores y ficciones interiores.

Considero que estas descripciones y asociaciones no se pueden tomar al pié de la letra. Son el resultado de tres momentos contemplativos: ante cada obra en particular, ante el "pasaje" de una a otra y ante el conjunto de la exposición. La lista es un inventario de recortes parciales que intentan, con libertad lúdica, metafórica e imaginaria, señalar algunas trayectorias opuestas y complementarias. Mi inventario no quiere imponer nada, sino exponer mis experiencias estéticas impregnadas con el espacio pictórico de Juan Doffo. Vale decir, con el orígen de mi inquietud y placer.

Veamos brevemente las pistas que ofrece enfocar la visión (o intuición) del mundo de un artista. Se admite que el mundo físico, sin nuestra presencia, no sería el mundo. Esto no significa que nosotros le damos realidad, o que el mundo ha esperado al ser humano para ser real. En todo caso, somos hombres en tanto nuestro horizonte es el mundo. Martin Heidegger dice que no habitamos porque hemos construido, sino que construimos y hemos construido en tanto que habitamos. Por lo tanto, una visión del mundo habitado y construido es algo que sucede a partir de nuestra búsqueda de sentido, en tanto somos habitantes y constructores de realidades y ficciones.

Las formas que traducen la visión del mundo de un artista provienen de cosas visibles e invisibles, lejanas y cercanas. En el caso de las pinturas actuales de Juan Doffo creo que hay múltiples alusiones al simbolismo y a la imaginación utópica (Odilon Redon, Étienne Louis Boullée, Xul Solar, Roberto Aizemberg), a la grandiosidad que transforma los fenómenos naturales en sublimes (Caspar David. Friedrich, John Constable, Yves Klein, Mario Merz), a las ruinas, el silencio y lel desierto (Gianbattista Piranessi, Michelangelo Antonioni, Walter de María), a las visiones anti-utópicas (George Orwell, Stanley Kubrik, Jean-Luc Goddard), al simbolismo de los viajes y sueños (Johan Füssli, Andrei Tarkovsky, Jorge Luis Borges, Franz Kafka), a las representaciones del espacio (Lucio Fontana, Yves Tanguy, James Turrell).

Sin embargo, una visión del mundo no es sólo el resultado de la tradición visual y literaria que el artista recibe de la historia y de su propio pasado. Es también algo cambiante que aparece y desaparece: es su manera de ver y sentir, pensar y actuar, hacer y deshacer en el contexto que le toca vivir. Su visión, traducida en formas y colores, es su propio modo de confrontarse con la inmediatez del aqui mismo y ahora mismo como con lo que está antes y después (es también confrontar su obra al espectador que la contempla e interpreta).

Si, como afirma la hipótesis, el arte da una forma a una visión del mundo, el artista Juan Doffo sería una suerte de "hacedor" de señales, espacios, movimientos, huellas, lenguajes, figuras, tonalidades e intensidades. En síntesis, un hacedor de formas-colores. Esta idea del artista es milenaria. Los griegos piensan el arte como técnica (tekhne). El elemento decisivo de esta antigua palabra no está en la fabricación de la cosa (o la imagen) en el sentido de su manipulación artersanal. Para los griegos, todo procedimiento técnico es un "modo de desvelar" que entraña conocimiento, creación y  producción. Es un construir que pone de manifiesto lo que estaba oculto, es permitir que la cosa aparezca ante nosotros, que sea accesible y que signifique. Desde la Antiguedad, la obra de arte es una cosa en el sentido más ámplio del término. Es algo ubicado en el tiempo y en el espacio que está en relación con nuestra actividad perceptiva, representativa e interpretativa. El artista, hacedor de formas, también es para los griegos un intérprete. El modelo es Hermes, hijo de Zeus, soberano del Olimpo. Hermes escucha, mira, traduce, recrea y transmite a la sociedad los oscuros designios de su padre y  de otros dioses  menores. No por azar, Hermes da lugar al término "hermenéutica", ciencia de la interpretación, que afecta desde la jurisprudencia hasta la antropología, desde la religión hasta el arte.

En la actualidad nadie puede dudar que en nuestra civilización de la imagen domina el la tecnociencia guiada por la economía, y que una de sus consecuencias visibles es la circulación trepidante de la actualidad mediatizada. Las obras de Juan Doffo contradicen y se desvían de los valores de la persuación del este contexto publicitario, interrumpen el curso acelerado de la difusión ruidosa y comunicación por imágenes, para poner en relación lo real, lo imaginario y lo simbólico. Y paralelamente, para que nosotros también, a nuestra manera, los pongamos en relación.

Sus pinturas recientes son el resultado de una práctica significante que acompaña su concepción del arte contemporáneo, su percepción de las cosas y sus interrogaciones a propósito de los acontecimientos humanos. Sus pinturas exigen una contemplación lenta y silenciosa: en este sentido se autoexcluyen de la actual proliferación y circulación de la imagen.

Juan Doffo da una forma a su visión de las cosas del mundo para revelar algo que no se muestra a traves de algo que se muestra.

Fogatas efímeras, llama eterna

Ritual y memoria en las fotografías de Juan Doffo

Por Valeria González. Universidad de Buenos Aires. (Este es el texto del prólogo del catálogo de la muestra Extraña Substancia)

Arde una puerta, arde una silla, arden llamas en la calle del pueblo, arde el horizonte. Fuego en la tierra, fuego en el cielo, y el reflejo del fuego en el agua. En el desaforado horizonte, una pequeña historia cifra el universo.

En las fotografías de Juan Doffo, como en sus pinturas, el pensamiento visual conecta la aldea natal de Mechita, un pequeño punto en la Pampa, con la cúpula del cosmos. Los paisajes nos entregan la belleza esperada: tierra y cielo convergiendo en el horizonte, o duplicados en la superficie de un lago, las líneas en fuga de una calle precaria o de las vías de un tren solitario. Pero estas bellas vistas no son sino el trasfondo donde emergen luminosas figuras y escrituras simbólicas, el escenario que propicia mágicos rituales (*). Doffo conjura los espíritus invisibles que habitan la llanura, devela un sentido que excede a las apariencias y a todo lo que una simple fotografía, aún con toda su maestría, podría aprehender. El artista interviene el espacio del pueblo o del campo circundante con acciones en las que dibuja con fuego signos poderosos o arquitecturas ilusorias. Las secuencias de llamas encendidas, inmensas como el espacio que atraviesan, devienen en la imagen fotográfica formas precisas y elementales: líneas, círculos, espirales... La cámara, colocada a lo alto o a una gran distancia, opera como un ojo liberado de la inmediatez del cuerpo y de la escala humana. El mismo artilugio formal que compone el paisaje, los planos de color y simetrías, da lugar a una epifanía, torna visible la emanación espiritual de la naturaleza.

Esta visión trascendente del paisaje se fundamenta, por supuesto, en la subjetividad del artista. El lugar elegido es preciso, es siempre el mismo. Toda fotografía de Juan Doffo implica un viaje de regreso a Mechita, donde aún descansan los restos de sus padres y tantas memorias de la infancia. En sus pinturas, como en el paisaje romántico, la aldea puede brotar del pincel desde un estado emocional de remembranza e imaginación. En las fotografías no basta el viaje interior porque no se trata de lograr por otros medios las mismas metáforas visuales, sino llevarlas a cabo como actos de intervención real en el espacio. En las foto-acciones de Doffo la búsqueda introspectiva del ser se resuelve en el aquí y ahora de un ritual efectivo. Ese ritual es tan importante como la imagen resultante. Más allá del cuidado pictorialista y de su narrativa ficcional, la fotografía posee aquí una relevancia ineludible como documento, como evidencia indicial de "eso" que sucedió allí.

En su acepción originaria, todo rito reúne al hombre con la armonía de las fuerzas del universo. Podemos pensar que algunas de las intervenciones de Doffo logran una síntesis peculiar entre la cualidad ritual de las siluetas de la cubana Ana Mendieta y la escala paisajista del famoso Lighting Field de Walter de Maria. Lejos del alarde tecnológico del land art norteamericano, y superando también la fragilidad solitaria de las huellas de Mendieta, Doffo lleva a cabo eventos de grandes dimensiones a través de la ayuda y la participación entusiasta de los habitantes de Mechita. A veces, la reunión ceremonial de las personas del pueblo, su silencio reverente y su mirada cautiva, cobra el rango de tema principal, como en "Arquitectura del infinito" y "Movimiento continuo". Otras veces, como en "Vértigo horizontal", donde la geometría de fuego equipara la magnitud inasible del paisaje, y arde en sincronía cubriendo enormes distancias, el espíritu comunitario se lee directamente en el poder de las formas. Si hay en las obras un origen romántico en la proyección psicológica del artista frente al  misterio de la naturaleza, este imaginario subjetivo deviene construcción colectiva. Si hay en las obras una búsqueda de identidad individual, ésta conduce a un espacio vivencial intersubjetivo, porque la memoria del pasado y de los seres queridos que ya no están es también un hecho compartido.

Incluso los "autorretratos" de Doffo, o sus actos solitarios, sobrepasan el rango de la expresión o el relato personal. En "Abismos hechos de tiempo", Juan Doffo excava la tumba de su padre y enciende allí un fuego: se trata de un homenaje íntimo, pero de algún modo esa llama, que a la vez destruye e ilumina, resignifica todo el cementerio de Mechita y habla de todos sus descendientes. Y, más allá, de la muerte misma como alimento de la vida. ¿Qué es morir sino multiplicarse en la memoria de los otros? ¿Qué es la vida sino una rueda cuya eterna combustión nos nutre y erosiona? La pequeña existencia de un hombre y de un vecindario cifra el círculo incesante del tiempo universal. Un hombre es todos los hombres porque Juan Doffo conecta el presente de una experiencia no con el anecdotario multiforme que conforma una biografía, ni siquiera un país o una época, sino con la energía vital que, en su despliegue y sus transmigraciones, engloba al hombre y a todas las sustancias, en el mismo destino, glorioso y elemental.

(*) Retomamos aquí la noción de símbolo como signo que se distingue por su densidad y su alcance semántico, y su reconocida capacidad para agrupar o articular otros signos.

MUESTRA DE JUAN DOFFO EN EL RECOLETA

El paisaje en llamas

Entre lo cósmico y lo infinitamente pequeño, el artista dibuja escrituras de fuego en la noche de La Pampa

Por Laura Malosetti Costa

En 1794, Fernando Brambila, uno de los dibujantes que acompañó la expedición Malaspina a la América del Sur, dibujó una muy curiosa "vista de las pampas de Buenos Aires cuando el terreno está incendiado". Parece como si el artista italiano la hubiera hecho sin tener su modelo a la vista: las llamas y el humo que cubren el cielo se elevan desde un terreno todo ondulado por colinas que se ordenan armónicamente como pantallas sucesivas hacia el fondo. O quizá sí vio la pampa, pero su paisaje resultó más conceptual que visual. La sensación de inmensidad —en esa que tal vez sea la primera representación visual de la pampa— se le habrá transformado, en el curso de lo que Ersnt Gombrich llama el "arduo y largo camino que une percepción y representación", en algo que se ajustaba a su imagen preconcebida de un paisaje posible.

A lo largo del siglo XIX esa llanura fue transitada obsesivamente en sede literaria. En los textos se volvió inmensa como el mar, en llamas como el infierno, definida por la presencia del horizonte como una línea neta sin interrupciones. Se volvió también el paisaje nacional, fuente de toda riqueza y objeto de una guerra larga y cruel por su posesión. Sin embargo, su representación visual como paisaje presentaba un obstáculo insalvable: su falta de interés según las reglas del género. La pampa fue durante mucho tiempo, en las imágenes visuales, un gran escenario vacío donde se desarrolló el drama de la conquista. La frontera que dividía las tierras colonizadas por los blancos del territorio indígena separaba también el género de ese drama: las tragedias de la guerra y las escenas costumbristas. Esa línea de frontera pasaba, hasta casi el final del siglo XIX, por el río Salado, señalada por una línea de fortines.

La distancia, la perspectiva y el punto de vista son elementos centrales para la construcción de un paisaje. Un siglo después de la imagen de Brambila, el pintor Eduardo Schiaffino recogió el guante del reclamo de los poetas del Ateneo: ¿Por qué los pintores no acertaban a representar la pampa, el paisaje nacional? La polémica alcanzó estado público transcripta íntegramente en los diarios. En el fin de siglo anterior, ése era un tema a tal punto interesante. Schiaffino argumentó que el único elemento de belleza e interés de esa llanura era su propia inmensidad, el problema que se presentaba a los pintores para representarla era no tener un punto de vista alto para tender la mirada hacia abajo y abarcarla. No alcanzaba, evidentemente, con imaginarla.

A lo largo del siglo XX, no pocos artistas aceptaron el desafío de la pampa, con la multiplicación de recursos y niveles de abstracción con que se fue abriendo la figuración tradicional hacia la posibilidad de representar un paisaje tan difícil. ¿Salió alguien exitoso de esas batallas? Creo que uno de ellos es Juan Doffo.

Doffo nació muy cerca de la antigua línea de fortines del Río Salado, en Mechita, uno de los pueblos que surgieron al costado de la vía del ferrocarril. Podría decirse que la suya es la mirada de un nativo, de aquél que pertenece a la tierra pero toma distancia de ella para adquirir la necesaria perspectiva. Esto, en términos mentales tanto como materiales. Doffo vino a vivir a Buenos Aires a los 21 años, y hasta hoy viaja regularmente a Mechita; allí tiene su casa y el pueblo tiene en su vida un lugar que, lejos de achicarse, crece constantemente. Pero además ha alquilado avionetas para sobrevolar la llanura, para mirarla desde lo alto y empaparse de esa inmensidad que tan difícil parece trasponer a otra imagen apartándose de los estereotipos. A comienzos de los 80 pintó unos paisajes sobrecogedores en los que el fuego —siempre el fuego— aparecía como un único hito ordenador en un horizonte que se curvaba representando imaginariamente la inmensidad de la distancia. Desde entonces la construcción de la inmensidad, la ecuación de lo cósmico y lo infinitamente pequeño, las dimensiones de lo real y lo ilusorio han alimentado sus imágenes de la pampa y de su pueblo en ella. La conciencia de su propia mirada de artista, de su lugar como constructor de esa imaginería aparece en el centro de las pinturas, instalaciones y fotografías a lo largo de su producción de los últimos veinte años.

W.J. T. Mitchell propone pensar el paisaje como verbo y no como sustantivo. No como un objeto para ser visto o un texto para ser leído, sino como un proceso por el cual se da forma a identidades sociales y subjetivas. Una intuición así parece haber tenido Doffo en mente cuando convocó a los habitantes de su pueblo para construir las fotoperformances que presenta ahora en el Centro Cultural Recoleta. Una de ellas, "Vértigo horizontal", aparece como el eslabón que une esta serie con sus búsquedas anteriores. Es una imagen de un metro por dos, nocturna, en la que una línea de fuego ocupa todo el horizonte y a la distancia es el único dato que separa el cielo de la tierra nocturnos, inmensos.

El fuego dibuja formas e ideas en la llanura, señala distancias y centros, propone límites y subraya con sus geometrías ordenadoras el artificio que impone la presencia humana con sus rituales de vida y de muerte, en la naturaleza. El artista define estas acciones como intervenciones en el paisaje, que desarrolló con la gente del pueblo a lo largo de cinco años. El tiempo hace su aparición en estas grandes imágenes que se proponen como condensación de un ritual. A veces está el tiempo en el movimiento de la fuente de luz frente al objetivo inmóvil de la cámara, produciendo líneas luminosas plenas de sentido (espirales, círculos, formas que significan el infinito). Otras veces la construcción del artificio aparece evidente, y aquellos que encienden y cuidan los fuegos se hacen visibles junto a ellos. Esa dimensión del tiempo aparece explícita, por otra parte, en el video que integra la muestra y da cuenta del proceso de construcción de las imágenes.

"La vida humana es un viaje infinito y circular", dice Doffo con sus formas mandálicas, instaladas como una escritura de fuego en la noche de su pueblo en la pampa. Dibuja paisaje en el horizonte y en la vastedad negra de la noche, y también en una geografía personal, mínima y trascendente a la vez, que señala una calle de su pueblo, las vías del ferrocarril, la tumba de sus padres.